domingo, 8 de febrero de 2015

La escuela sevillana: Fernando de Herrera

Hasta ahora hemos visto que la renovación de la lírica castellana hecha por Garcilaso de la Vega al introducir el estilo italianizante en la poesía española tomó varios caminos durante el Segundo Renacimiento. Todas las estéticas que hemos visto tienen en común el gusto por la sencillez. Sin embargo, si hay algo que caracterizará a la literatura de la escuela sevillana será precisamente la huida de esa sencillez estilística. La escuela sevillana será, por tanto, aquella que acerque cada vez más su estética a la poesía ornamental, de difícil lectura, tan típica del Barroco más extremo. Aunque la temática será menos profunda que en las otras tendencias literarias, su tratamiento hará que, debido a la complejidad de la nueva poesía, la lectura exija un nivel de atención extraordinario. El máximo exponente de esta estética manierista es Fernando de Herrera.

Autor de un cancionero que sigue los pasos de Francesco Petrarca, este poeta sevillano muestra preferencia por la que se considera estrofa clásica por excelencia: el soneto. Se dice que consiguió llevar el soneto a la cumbre de la poesía, puliendo su estructura y afilando su arquitectura. El poeta y crítico literario Dámaso Alonso hablaría de "su abrumadora sonetada". Esta forma de composición y su admiración por el gran poeta italiano Petrarca lo conducen a elaborar un cancionero cuya estructura está marcada por una relación amorosa ordenada como un calendario. Su estilo es signo del manierismo, debido al gusto por la complejidad formal, a su preferencia por la estrofa larga y su carácter intelectual. 

Por tanto, la poesía de la escuela sevillana contrasta extraordinariamente con el resto de la literatura de la época, como puede verse en el siguiente soneto, en que aun con el mismo tema amoroso que abunda en la obra renacentista, el tratamiento convierte el texto en algo cercano a un enigma:

Osé y temí, mas pudo la osadía
tanto que desprecié el temor cobarde;
subí a do el fuego más me enciende y arde
cuanto más la esperanza se desvía.

Gasté en error la edad florida mía,
ahora veo el daño, pero tarde,
que ya mal puede ser que el seso guarde
a quien se entrega ciego a su porfía.

Tal vez pruebo -mas, ¿qué me vale?- alzarme
del grave peso que mi cuello oprime,
aunque falta a la poca fuerza el hecho.

Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es honra ya, ni justo que se estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.

El estilo cultivado por Fernando de Herrera será decisivo para la poesía culteranista del Barroco, debido a la hondura que produce el verso de construcción retórica y compleja arquitectura. Será Góngora el continuador de esta tendencia en el siglo XVII, llevándola a su máximo extremo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario